La novedad de lo prohibido y el recuerdo de Rómulo
La novedad de lo prohibido y el recuerdo de Rómulo… (Minicrónica mayamera)
Imaginemos la escena, un pequeño grupo de septuagenarios con abultadas circunferencias abdominales, en una playa, metidos en el mar con el agua hasta el cuello formando un semicírculo, al final de una tarde bajo un sol todavía brillante (que no quema), disfrutando, conversando y evocando recuerdos…
No, no fue un sueño. Así fue, a pesar de que media hora antes habíamos consumido unas “gomitas” activadoras de los receptores “cannabinoides” del sistema nervioso central, regadas con algo del güisqui de siempre.
De entre mis amigos contemporáneos identifico tres categorías en relación con el “uso”: los que “consumieron” en su juventud sin ningún prejuicio, los que “probaron” recientemente siendo adultos mayores (más de 60 años según la Organización Mundial de la Salud), y los “abstinentes”, que son minoría, y que por razones morales o éticas se ajustaron a normas convencionales de comportamiento social (algunos los llaman “mojigatos”; yo no me incluyo ahí)…
La juventud perdida
“No es posible vivir con placer sin vivir con prudencia, honestidad y justicia; y no es posible vivir con prudencia, honestidad y justicia sin vivir con placer”… Epicuro
Los que consumieron durante su juventud fumando la hierba, lo hicieron probablemente por experimentación, por desafío al “status quo”, o por presión social, o por todas las anteriores. No conozco a nadie que haya desgraciado su vida por una adicción severa. Demostraron ser productivos, respetuosos y responsables a lo largo de sus vidas. Los que probaron en etapas tardías no lo hicieron antes simplemente porque no era parte de su entorno, era algo “marginal”. Ahora, décadas después, con menos preocupaciones por las convenciones sociales, con las metas personales ya cumplidas y un mundo que acepta cada vez más el uso del cannabis, es más fácil permitirse ciertas libertades. ¿Una rebeldía tardía? No. Yo diría más bien una curiosidad madura…
Y para quienes “se lo han perdido” por principios inquebrantables, desde su perspectiva no hay “pérdida” alguna. Pueden argumentar que han mantenido su claridad mental, sus valores morales, que preservaron su salud y evitaron riesgos innecesarios. Todo se vale, nadie es dueño de la verdad absoluta. Tal vez ellos no compartan el ritual, pero sí los momentos…
“La virtud es el punto medio entre dos vicios, uno por exceso y otro por defecto”… Aristóteles
El THC (Tetrahydrocannabinol) es el componente activo de nuestra sustancia en cuestión. Produce euforia, sensación de bienestar, aumento de la “percepción sensorial”. Los médicos lo indican para tratar el dolor crónico, el insomnio y la ansiedad lo que ha promovido su uso en la población mayor. El riesgo de desarrollar dependencia a nuestra edad es bajo, pero no despreciable y está más relacionada a condiciones degenerativas. Pero ojo, su uso (y sobretodo su abuso) puede disminuir la coordinación motora, la memoria, nuestra capacidad de concentración y, en general, producir un deterioro cognitivo.
Los filosósofos clásicos aceptaban los vicios de su época, la embriaguez por el vino, el consumo de opio, cannabis, mandrágora, belladona y otras hierbas alucinógenas. Pero siempre dentro de ciertos límites, y coincidían en que cualquier sustancia llevada al extremo, al punto de la pérdida de la razón, era contraria a una vida bien vivida.
Había otro vicio, uno en particular, que no dependía de ninguna sustancia, el desenfreno sexual, “la lujuria”, el dominio de la pasión sobre la razón. Pero ese… ese es otro tema.
Romulo y los efectos del THC
Aquella tarde, un miércoles, metidos en el agua, y después de ingerir la gomita respectiva una hora antes, que es el tiempo de absorción dentro del tracto digestivo para sentir sus efectos (hubo uno que a los 10 minutos se declaró apendejeado), me vino a la memoria mi encuentro con Rómulo Betancourt.
El 24 de junio de 1960 el presidente Rómulo Betancourt fue víctima de un atentado terrorista orquestado por el dictador Rafael Leonidas Trujillo. Un carro bomba estacionado en la Avenida de Los Próceres explotó al lado del vehículo presidencial a su paso hacia el desfile militar por la Batalla de Carabobo que selló la independencia de Venezuela. Betancourt sufrió graves quemaduras en los brazos, manos y en la cara.
Yo estaba por cumplir 9 años de edad. En ese entonces, los niños jugaban libremente por el vecindario. Una mañana vi pasar frente a mi edificio la caravana presidencial rumbo al Centro Médico de Caracas, ubicado al final de la calle. Al rato subí corriendo para ver de cerca, flanqueado entre dos escoltas, el Cadillac negro estacionado frente al portón principal del hospital. Abrieron la puerta trasera y me asomé para verlo por dentro movido por mi curiosidad. Justo en ese momento Betancourt salía con las manos vendadas después de hacerse las curas de rigor. Me lo tropecé cara a cara. Cariñosamente me apartaron, él se sentó y arrancaron. Los perseguí con la mirada hasta donde pude…
El recuerdo emergió con claridad, con una nitidez sospechosa. ¿Fue por haber escrito recientemente una nota sobre el Porteñazo o por haber consumido la gomita psicodélica? Lo cierto es que regresé a mi casa con un apetito voraz comiendo sin pausa todo lo que encontraba en mi camino. Y esa noche dormí como un tronco…
Definitivamente se puede disfrutar de todo en la vida, pero como dicen por aquí en el lenguaje criollo local,
“Moderation is the name of the game”…
Alberto Salinas, Escribano (y cirujano en libre retiro)
En Miami el 12 de julio del 2025
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