Quirpa

 Quirpa


Hace dos semanas cumplí cincuenta años de haberme graduado en la Escuela de Medicina “José María Vargas” de la Universidad Central de Venezuela. Desde la distancia, leo algunos testimonios en el chat de mis compañeros de clase, a quienes nunca olvido, y aquellos que tal vez sí, regresan a mi memoria gracias a la conmemoración de aquel 3 de octubre de 1975. Me transportan a mis años de estudio y a amigos fraternos, compinches de muchas aventuras.

Me hice médico rural de San Casimiro recién terminadas las clases, en julio, antes de nuestra graduación, tan solo con el certificado de haber concluido la carrera. Había necesidades de servicio en el sur del estado Aragua, hoy tan mentado gracias a la cárcel de Tocorón, donde nació un “tren” que lleva su nombre.

Durante el año siguiente, y puedo decirlo sin exagerar, uno de los mejores de mi vida, tuve experiencias inolvidables. Fueron levantamientos forenses de cadáveres, la atención de una epidemia de hepatitis, partos asistidos con anestesia peridural, consultas de todo tipo y la responsabilidad de 10 camas de hospitalización en la medicatura. Mi compañero y yo éramos los únicos profesionales universitarios, además del juez de la zona, en una población de siete mil habitantes, lo que nos confería un estatus muy particular.

San Casimiro era la capital del municipio del mismo nombre, un pueblo faldero de montaña a 500 metros de altitud, en la serranía interior de la cordillera de la Costa. No llegaba la señal de televisión, lo que le daba un aire especial de aislamiento y obligaba a sus habitantes a construir su propia vida cultural. En una de cada cinco casas había algún cuatrista, guitarrista, cantante o declamador, muchos de ellos excelentes, con sueños de trabajar en la capital. Decir que la labor cumplida era suficiente gratificación sería una mentira. Entre la música, los bailes, las “bolas criollas”, el chivo en tarkarí, los sancochos de gallina, siempre salpicados con el alcohol de turno (cerveza, ron o el mejor güisqui disponible), y las amanecidas en el rancho de María (la camarera de la medicatura), la pasábamos buenísimo…

Teníamos bajo nuestra supervisión cuatro dispensarios en pequeñas comunidades vecinas, que visitábamos cada quince días para pasar una consulta organizada por la enfermera local. El más distante, un caserío de alrededor de 500 habitantes, el de “Las Ollas”, quedaba a dos horas en nuestro jeep, hacia el sureste. Pasando Valle Morín, subíamos la montaña a través de la selva tropical, hasta llegar a una quebrada, donde nos esperaban para cruzarla en burro durante los tiempos de lluvia. 

Pero la penetración rural que más me atraía era la de un sitio místico, envuelto en una leyenda llanera…

Güiripa 
(donde mataron a Quirpa e hirieron al guitarrero)

Güiripa lo llaman Quirpa,
óyelo bien, Quirpa es joropo llanero
que lo tocan en el arpa 
con maraca y guitarrero

Estaba relativamente cerca, a unos diez kilómetros al norte y a 750 metros sobre el nivel del mar. Se llegaba por una carretera empinada, zigzagueante, que bordeaba un precipicio. Al final, había árboles a ambos lados que formaban una suerte de túnel, que desembocaba en una pequeña planicie donde se encontraba la población, que para entonces tenía poco más de mil quinientos habitantes. En el centro estaba la plaza, con un pequeño busto de bronce de Simón Bolívar, en su lado sur, la Iglesia, al oeste la “Casa de la Cultura”, y, al norte, el dispensario y una caseta con dos policías asignados. Todo rodeado de robustos Samanes que ofrecían una sombra permanente.

Quirpa nació en la sabana
donde nacen los cantares
y como Quirpa lo dijo
lo cantaron los palmares

José Antonio Oquendo fue un ganadero legendario de finales del siglo XIX originario del Alto Apure. Era alto y fuerte, de cabello rebelde, ojos oscuros y piel tostada por el sol. También era arpista, coplero y contrapunteador (y gran “jodedor”). Lo llamaban Quirpa y, como muchos otros, viajaba hacia los valles para comerciar y para asistir a las fiestas patronales. Su historia, aunque no está documentada, se convirtió en un relato transmitido boca a boca en los llanos venezolanos…

Hombre del alto apureño,
con alma y conversación,
Si yo tuviera su copla
óyelo bien, se la cantaría al bordón

Dicen que Quirpa, acompañado de su fiel compañero de parrandas y guitarrero, llegó una noche a una fiesta en Güiripa, en un corralón de bahareque iluminado con lámparas de kerosén. El ron corría libremente y su olor se mezclaba con el de la carne que se asaba en el fogón. Hombres y mujeres bailaban al son de un arpa, cuatro y maracas. Quirpa comenzó a cantar y, ya prendido el ambiente, apareció de pronto una hermosa morena, sin joyas ni adornos, de cejas pobladas, cabello negro y ondulado hasta los hombros, recia, de pechos generosos y caderas insinuantes, que parecía flotar con la música…

Apure llora en silencio 
mientras el arpa se oía
porque en el llano se supo 
óyelo bien, que Quirpa se moriría

Quirpa enmudeció ante su presencia. Intercambiaron miradas furtivas que fueron percibidas por algunos hombres, que llevaban sus machetes en la cintura, como un intento de despojo. Porque la morena tenía dueño. Imprudentemente retomó la copla con improvisación, “Morena de ojos negros / si te miro me condeno / pero si no te miro me muero… y ella siguió allí, bella y tranquila.

Su nombre quedó en Güiripa
su voz quedó en el palmar,
su pensamiento en la brisa
y su copla en el cantar

Quirpa y su amigo, como buenos llaneros, tenían fama de altivos y mujeriegos. Los consideraban forasteros bulliciosos y peligrosos. Al terminar la fiesta fueron emboscados por un grupo de los asistentes en solidaridad con el “marido herido”, ofendidos por su atrevida intromisión. Los hombres se dispersaron. Quirpa quedó muerto y el guitarrero, malherido. La leyenda no precisa la causa, pero presumo que fue por una herida de arma blanca.

Yo no sé por qué en Güiripa 
no quieren a los llaneros 
porque mataron a Quirpa 
e hirieron al guitarrero

Esta “tragedia” quedó grabada en forma de joropo en diferentes versiones. El experimento polifónico, académico, surgido de nuestro Orfeón Universitario, el Quinteto Contrapunto lo interpreta de forma magistral…


Quirpa, un alma libre, traspasó los límites éticos del entorno y, por muy valiente o “macho” que haya sido,  pagó con su vida. Los hombres de Güiripa lo mataron de forma traicionera, en nombre del honor del pueblo, exacerbado por sentimientos xenófobos. Una violencia que, bajo pretextos morales y colectivos, termina siempre generando grandes conflictos. El guitarrero fue  un simple “bystander”, que no estuvo ni en el lugar ni en el momento adecuados. Como en las guerras, representó un daño colateral.

¿Y la morena?

La morena no hizo nada malo, solo era ella misma, un objeto del deseo, pero su presencia… su sola presencia, desencadenó la tragedia.

Caracas

Transcurrido aquel año intenso, y en aras de continuar mi formación profesional, regresé a Caracas con cierto pesar. Ingresé como médico interno rotatorio en el nuevo Hospital General del Oeste “Dr José Gregorio Hernández” de Los Magallanes de Catia, recién inaugurado en 1973, y que se convertiría, durante la siguiente década, en uno de los más importantes de la capital y del país. Allí completé mi formación como cirujano general, pero esa…esa es otra historia.


Alberto Salinas Karpel
Cirujano en libre retiro y escritor 
Madrid, 13 de octubre del 2025

Para mis compañeros de promoción, y en especial para Isidro y Hósmer…






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