Aunque la mente lo niegue

 Aunque la mente lo niegue, el cuerpo siempre grita…


El hospital de Los Magallanes de Catia tuvo dos inauguraciones, una primera, casi simbólica, con fines propagandísticos, en 1973, cuando la obra aún no estaba totalmente terminada, y otra, la verdadera, en 1975. Yo me incorporé como médico interno rotatorio en el segundo lote, en agosto de 1976.

A diferencia del Hospital Vargas de Caracas, donde cursé mis pasantías clínicas como estudiante de medicina, en Los Magallanes me encontré con un hospital nuevo y moderno, con 400 camas de hospitalización, amplias áreas de estacionamiento, telefonía interna, personal joven, servicios de obstetricia, pediatría, medicina interna  y cirugía, que comenzaban prácticamente desde cero, y, sobre todo, libres de los vicios crónicos de los hospitales tradicionales del área metropolitana. El ambiente humano era cálido y acogedor. Me sentía parte de un proyecto que apenas empezaba…

El servicio de emergencia ocupaba parte del ala oeste y tenía un acceso directo desde la calle. Una amplia antesala siempre llena de gente, con hileras de sillas individuales atornilladas a las paredes, precedía sus puertas batientes. Era lo habitual en un hospital cuya área de influencia abarcaba a poco más de 800 mil personas de los barrios del oeste de la ciudad.

La emergencia de adultos tenía un área de cerca de 120 metros cuadrados con cubículos y camillas para la atención inmediata. El equipo de guardia estaba formado por dos médicos Internos, dos médicos residentes de medicina interna y tres de cirugía. Los turnos eran de veinticuatro horas cada seis días. Siempre repleta, nunca dejaban de llegar enfermos, a cualquier hora del día, arritmias cardiacas, infartos, crisis hipertensivas, asmáticos, diabéticos descompensados, dolores abdominales agudos y sobre todo heridos por armas blancas y de fuego. Caracas era una ciudad muy violenta ya en aquel entonces. Además, teníamos muy cerca a un proveedor constante de apuñaleados, el famoso “Retén de Catia”…

El primer contacto del paciente al entrar a la emergencia era con nosotros, los médicos internos. El año previo que pasé como médico rural, por allá con “Quirpa”, me había dado una seguridad poco común para mi todavía breve ejercicio (tenía 25 años de edad). Me sentía sobrado en aquel ambiente abarrotado y agitado…

“To be or not to be, that is the question”…

Una noche, desbordada de pacientes, las puertas batientes del servicio emergencia se abrieron de golpe por el impulso violento de una camilla con ruedas. Yo estaba parado en el centro de la sala en medio de la “marabunta”, cuando irrumpieron con urgencia. Transportaban a una joven de unos 15 años con un dolor agudo abdominal, rodeada de familiares, padres, tías y demás. Lo gritos eran indistinguibles. La niña se quejaba y los adultos pedían ayuda con desesperación. 

Inmediatamente me acerqué para atender a la paciente. Le desabroché sus “blue jeans”, bien ajustados por cierto, frente a su familia, para examinar su abdomen. La “niña”, sudorosa, comenzó a gritar de nuevo, y sus familiares le hacían el “coro” pidiendo auxilio. Sus gritos, mientras contraía la cara, me eran conocidos, ahogados al principio, terminaban en quejidos agudos. ¿Pujaba? Sorprendido ante lo que vi al descubrirla, apreté los labios, me dibujé una sonrisa sardónica y pensé, “esta carajita lo que está es pariendo”. El abdomen abultado y contraído, aunque escondido bajo sus pantalones, junto a esos dolores tan típicos, no me dejaban ninguna duda, era un embarazo a término ¡y en pleno trabajo de parto!

Estaba abrumado con tanta actividad y casi no hablé con la familia. Alcancé a decirle al camillero, frente a todos ellos , “llévala al primer piso, a la “sala de partos”, posiblemente con una cierta arrogancia. Recuerdo la escena un tanto violenta. Inmediatamente los acompañantes, incapaces de aceptar lo que le ocurría a la paciente, me insultaron, y con furia. ¡Porque eso no podía ser posible!  Mientras yo los observaba siguiendo la camilla hacia su nuevo destino, continuaron los gritos, esta vez convertidos en amenazas directas contra mi persona…

Confieso que quedé intimidado, atemorizado y preocupado. ¿Y si me había equivocado? ¿Un quiste gigante de ovario torcido, tal vez? Durante las siguientes dos horas no pude concentrarme en mi trabajo, hasta que decidí subir a la sala de partos. Pregunté por la paciente de 15 años que había sido referida desde la emergencia. ¿Qué le había pasado? “Todo muy bien” me dijeron, “parió, por vía vaginal, un varón sano, de tres kilos y 50 centímetros”…

El embarazo “críptico”

El 9 de septiembre de este año 2025, ingresó a la emergencia del hospital de Chesterfield en Virginia, Becca Johnson, de 38 años de edad, por un dolor intenso en la región lumbar. Los médicos pensaron que se trataba de un cólico nefrítico por cálculos en los riñones. Al momento de examinarla, Becca sintió una necesidad imperiosa de evacuar, pero con una sensación distinta a la habitual. Al informárselo a la enfermera, esta la revisó y, sorprendida, vio asomarse una cabeza a través del introito vaginal, convertido en canal de parto. Se quedaron mudos …

Rápidamente, después de pujar tres veces, nació en la misma camilla, una niña completamente sana, de 3,4 kilos y 48 centímetros…

Becca Johnson tenía un hijo de seis años y una niña de dos, y aun así no se dio cuenta de su embarazo, porque nunca tuvo síntomas que la hicieran sospecharlo. Peleaba contra la obesidad, una condición que disimulaba su ganancia de peso y el crecimiento abdominal, alteraba sus ciclos menstruales, haciéndolos desaparecer por meses, y que además afectaba su fertilidad. Sus hijos fueron producto de años de tratamientos de reproducción asistida, sin los cuales, se suponía, nunca podría concebir.

La grasa corporal produce hormonas masculinas y también las convierte en hormonas femeninas. En las mujeres obesas, el exceso de tejido adiposo, eleva tanto los niveles de andrógenos como de estrógenos en la sangre, creando un desbalance hormonal. El folículo ovárico no madura, el óvulo no se libera, el folículo se llena de líquido, crece y se forma un quiste, muchos quistes (ovarios poliquísticos). Sin ovulación no hay óvulos disponibles para la fecundación. Los ciclos menstruales se espacian o desaparecen. Pero la infertilidad no es absoluta, a veces se liberan algunos óvulos, como le sucedió a Becca Johnson…

A este tipo de condición en la que los síntomas convencionales están ausentes y la mujer descubre su embarazo en etapas muy avanzadas o incluso en el momento del parto, se le llama “embarazo críptico”. Pero este caso es diferente al de la adolescente que me tocó atender en mi hospital. Becca ignoraba su embarazo, la niña lo ocultaba…

La negación inconsciente de un embarazo, como mecanismo de defensa por miedo, estrés o traumas previos, aún teniendo síntomas, es un trastorno psicológico o psiquiátrico reconocido y se incluye dentro de la categoría de embarazos “crípticos”. Pero hay casos en donde la mujer oculta deliberadamente su embarazo hasta el momento del parto. Los llaman embarazos “ocultos”, los consideran también como “crípticos”, y son más comunes en adolescentes. Sus causas se resumen en una palabra, “miedo”, miedo al estigma, miedo a las represalias…

La falta de madurez suficiente para comprender la complejidad de la naturaleza humana, me impidió aquella noche, siquiera considerar la posibilidad de un rechazo inconsciente. Presumí que la niña ocultó su embarazo hasta el final. No tuve la paciencia ni la curiosidad de preguntar…

El embarazo “críptico” es poco frecuente y se calcula que, entre los que llegan a término, ocurre aproximadamente en uno por cada 2500. Curiosamente la incidencia es similar entre países desarrollados y en aquellos con pocos recursos, a pesar de las diferencias en el acceso a anticonceptivos, pruebas diagnósticas y calidad de atención médica. Algunas estadísticas también sugieren, que no existen grandes variaciones de embarazos “ocultos”, en países del África sub sahariana y de América Latina en comparación con países más avanzados. Posiblemente, la particularidad de esta condición dificulta la recolección de datos confiables y puede existir subregistro. La gente en los países más atrasados ¿esconden lo “oculto”?

Los riesgos asociados a la falta total de atención prenatal en los embarazos “crípticos” constituyen la principal preocupación médica. Pero sabemos, que gracias a la “sabia” naturaleza, la mayoría de estos bebés nacen saludables cuando el parto es atendido en un entorno hospitalario.

“El no-ser no es, y no puede ser pensado”… Parménides (antes de Sócrates)
Cuando solo hay un ser, no puede negarse.
Entre el “to be or not to be” de Hamlet y el “no-ser” de Parménides, se abre un espacio para la negación. 
Negar no puede desaparecer lo que es; lo que existe aguarda ser reconocido…


Tanta filosofía para que la biología nos explote en la cara. Aunque una mujer lo niegue consciente o inconscientemente, el embarazo sigue su curso hasta el momento del parto, en el que la realidad se impone. Aquí el dilema no es “estoy o no estoy embarazada”, es ¿lo acepto o no? Y asumir las consecuencias.


Pienso en el sufrimiento ocasionado por los temores y la angustia de aquella niña durante sus meses de embarazo. Abandonar prematuramente la adolescencia y, sin saber posiblemente, el tamaño de responsabilidad y restricción de libertades individuales que acompañan el nacimiento de un hijo, es todo un revolcón…


La recomendación lógica para ella hubiera sido reconocer la realidad y buscar apoyo para asumirla, ¿no?


Fácil decirlo…


Acerca de la arrogancia 


“Soy demasiado orgulloso para creer que un hombre puede ser mejor que yo, y demasiado valiente para reconocerlo”… Friedrich Nietzsche 


La arrogancia es una actitud en la que la persona se otorga un valor, conocimiento o autoridad excesivos, con o sin fundamentos. Es negativa cuando el exceso de ego dificulta el reconocimiento de limites y errores, cierra el diálogo, desprecia a los demás e ignora el miedo o el sufrimiento ajeno. 


Pero la arrogancia puede tener su lado positivo cuando no se aplasta ni se humilla a nadie. Una buena dosis de confianza en uno mismo ayuda a tomar decisiones rápidas y precisas en momentos críticos, como los que enfrentan los cirujanos casi a diario. Y si se combina con, saber pedir ayuda cuando hace falta y aprender de los errores cometidos, tanto mejor.


En este caso concreto, haber ordenado que llevaran a la paciente directamente a la sala de partos, sin hablar casi con ella ni con sus familiares, fue un acto de arrogancia, aunque sin intención de hacer daño. Los insultos y las amenazas que recibí fueron la consecuencia de ello, además de aumentarles su miedo y desconfianza. ¡Qué tal si me hubiera equivocado en el diagnóstico!


La arrogancia, como la de aquella noche, impulsada por la juventud, el estrés y la urgencia del momento, se transforma con los años y se hace menos ruidosa. Los tropiezos de la vida enseñan a ser más prudente y a comprender mejor el entorno. Con la experiencia, la confianza se hace sabia, y la seguridad se acompaña de escucha y empatía.


 Por lo menos, eso fue lo que traté…



Alberto Salinas, 

Cirujano en libre retiro y escritor.

Miami, 10 de noviembre del 2025


Mis compañeros de la Escuela de Medicina que lean esta historia se acordarán de mí. Ellos saben por qué…




PD: El Hospital de Los Magallanes de Catia no escapó al deterioro de los hospitales públicos a partir de la década del 90, llegando a un cierre técnico en los primeros años del gobierno de Hugo Chávez. Se mantiene en una situación crítica desde entonces.




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